Aunque existen muestras arqueológicas que prueban su existencia 5000 años antes de Cristo, no se sabe con certeza el momento en que se convierte en un cultivo ni su origen. Existe un cierto consenso en que probablemente la historia de la cebolla comience en Asia, de donde provendrían los vestigios más antiguos, pero también se apunta al norte de África, y no hay que olvidar que precisamente en este lugar hubo una gran tradición cultural en torno a ella.
Su ‘domesticación’ es también muy antigua por su adaptación a diferentes suelos, su facilidad de transporte, su buena conservación y, claro, su valor alimenticio, lo que la convirtió muy pronto en planta ornamental, por un lado, y elemento fundamental de la dieta, por otro. Su expansión por todo el planeta sería cuestión de tiempo.
En Egipto tuvo uno de sus principales territorios ya 3500 años a. C., tanto por su carácter alimentario como por el sentido religioso que se le otorgó debido a su forma globosa y concéntrica, que se asociaba a la vida eterna. Se ofrecía a los dioses tanto como se repartía entre los hombres, y según Herodoto (historiador griego, 484-425 a.C.), los obreros que construyeron las pirámides se alimentaban principalmente de ajos, rábanos y cebollas. También se han encontrado en algunas momias, como en la de Ramsés II, y parece que era habitual que ocuparan las cuencas de los ojos. Existen numerosas creencias antiguas ligadas al consumo de cebolla o que le dan un significado esotérico y muchas parten de esta consideración sobrenatural que le otorgaban los egipcios.
El Imperio Romano, donde se consideraba, como en Grecia, que favorecía la musculación y la fortaleza de los soldados, extendió el cultivo por toda Europa y gracias a ello en la Edad Media se pudieron alimentar las decenas de miles de pobres que poblaban el viejo continente. Aunque existe cierta controversia al respecto, se afirma que fue Cristóbal Colón quien la introdujo en América, cerrando un proceso expansivo que la ha fijado en todas las zonas templadas del orbe.